RIVERA (alias el Pardejón)

LEOPOLDO AMONDARAIN – Analista

Rivera Traidor

La carta del Pardejón Rivera al entrerriano Ramírez pidiendo y ofreciéndose a asesinar al Prócer Artigas, su antiguo jefe y Protector, no era precisamente desconocida. Bien recoge LA REPUBLICA que ya en el año 1937 un investigador, señor Raúl Vera, y en 1944 el muy bueno y fino historiador don Antonio María De Freitas lo habían denunciado e intereses subalternos políticos, obviamente colorados, lo descalificaron con argumentos menores. Pero lo importante y diría decisivo sobre la execrable personalidad del Pardejón y sus repugnantes conductas es el haberse encontrado de parte del psicólogo e investigador histórico Eduardo Picerno el documento o carta propiamente dicha, original, ¡en el archivo de Corrientes! Con esa prueba fehaciente, ¡ya no da ni para discutir! Pero bueno, es determinar que «esta perla» de frutos contra Don José no es la única bellaquería, traición o canallada que en su sinuosa existencia tuvo esta siniestra como repulsiva figura, fundadora del Partido Colorado. Su vida fue una secuela interminable de crímenes, deshonestidades y falsedades prolijamente estibadas contra todos sus ocasionales amigos del día para apuñalearlos al siguiente, según la conveniencia personal que lo favoreciera. Podemos comenzar con el genocidio de Salsipuedes, cuando bajo mentiras y engaños lleva a sus «amigos» indios charrúas, con mujeres, viejos y niños inclusive a la encerrona con la excusa del «asado» y emborracharlos con caña brasileña (los «mamó»), y hasta desarmó al cacique Venado (soldado antiguo de Artigas) pidiéndole el «torcedor» o facón del indio, para «picar» su naco de tabaco. Hecho lo cual, le pega el tiro y da con ello la orden de comenzar la masacre. Remataron a los sobrevivientes un par de días después su «sobrinito» Bernabé en el galpón de la estancia de Bonifacio Penda llevados ya vencidos con la promesa de auxiliarlos y alimentarlos. Cerraron las puertas por fuera del galpón mientras se curaban y comían, y por las ventanas enrejadas los ejecutaron. Además de asesinos, ¡cobardes! Tampoco olvidar su «ejemplar» entrega al servicio de los imperios de turno. El propio almirante Leblanc, comandante de la flota francesa, señala el «agradecimiento» del general Rivera al despedirse en su vuelta a Francia, solicitándole «la collage» obeso franchute de agradecimiento por los servicios prestados indispensables del imperio en la obtención de su presidencia. ¡Además, arrastrado y alcahuete! Ni olvidar, en tan variadas como abundantes anécdotas lamentables, a los masones brasileños, a los cuales se había adherido en su exilio en Brasil, para lograr mediante sus influencias que lo soltaran y le diesen dinero, cosa que logró. Para después mandarse mudar con la plata traicionándolos como era su costumbre. Tampoco pasar por alto, la conocida carta a su amigo Julián Gregorio Espinosa el 8 de mayo (Revista Histórica XXXV) «Me hicieron cometer el error de decapitar a una infinidad de desgraciados que hablándote la verdad, a todos o su mayor parte ni los conocía» (sic). Cuando Juan Manuel de Rosas en dos oportunidades lo vino a buscar para integrar la incipiente gloriosa cruzada libertadora de los 33 y ser el 34, responde «que no es oportuno» la primera vez. Y la segunda, que no es partidario de la independencia total, sino parcial»… Se duda de lo que quiso decir. De lo que no hay la mínima duda, es que Lecor y sus portugos lo tenían bien pago y adobado. Lo condecoraron, es notorio, con los títulos de «BRIGADEIRO DE IMPERIO» y «BARON DE TACUAREMBO»… A mayor abundancia, recuérdese la carta de Lavalleja a su esposa, Ana Monterroso, publicada por Pivel en la Epopeya Nacional Tomo 7. En la misma, le relata Juan Antonio: «Cuando cayó entre mis manos me suplicó me librase su vida», y agrega: «no tiene más remedio que venir con nosotros» (los 33). O sea, es la prueba cabal de que el «mentado» abrazo del Monzón fue puro cuento. Al decir del propio Lavalleja, aceptaba sí o sí, o caía en la famosa «refalosa»… Fue una viveza de Juan Antonio que lo obligó a pasar sus tropas engrosando así el ejército libertador contra Lecor y sus portugos que terminaba siendo también traicionado por el Pardejón. Estuvo con los porteños, con los brasileños, con los franceses e ingleses. Con los masones norteños, con Artigas, a quien termina por pedir su cabeza a Ramírez, y culmina sus «paseos» por todos los espectros, con los orientales (que ya había traicionado) por no tener «más remedio» según Juan Antonio. Carecía de todo principio o moral pero, para aventar argumentos en su defensa que nos puedan endilgar nuestra calidad de blancos, es interesante y muy ilustrativo recoger opiniones de los propios colorados de su época. El propio entonces coronel César Díaz, colorado y salvaje insospechado de otra cualquier tendencia, jefe posterior de los mal llamados «mártires de Quinteros» después de la batalla de arroyo Grande donde Oribe los corrió a «sablazos» obligándolo a huir en mangas de camisa a lomo de caballo y abandonando sus armas incluyendo su sable, el uniforme con jinetas incluidas y dejando sus hombres para salvar el «pellejo», textual le escribe a su esposa: «Amada mía, Francisco I le relató a su madre después de la batalla de Pavia, «todo se perdió menos el honor» había caído pero el valor sublime del honor se salvó». Acá en cambio, Rivera temiendo más por su vida que la tremenda responsabilidad de proteger a sus soldados a su cargo, se separó de su ejército estando aún indecisa la batalla que con menos cobardía y algo de serenidad o ideas estratégicas hubiesen podido ser salvados» (César Díaz. Memorias) ¡Lo trata, incluso, de cobarde ¡el propio colorado! Siempre en el mismo trillo «colorante» ,el entonces ministro de Guerra coronel Lorenzo Batlle, posterior Presidente y padre de Don Pepe, avalado por el canciller Manuel Herrera y Obes (ninguno blanco por cierto) lo desterraron a Rio de Janeiro, acusado de «traición y dolos diversos» (sic). Pero, si en materia administrativa y moral pública algún distraído quisiera defenderlo, baste leer el informe de la Comisión Económica Administrativa de su período presidencial realizado y firmado por los doctores José Pedro Ramírez, Antonino Costa y Ramón Artagaveytia sobre los robos y abusos de cualquier calibre y paladar al gusto de los más exigentes exégetas en la materia. Después de todo este listado, por supuesto queda mucho más en el tintero, como frutilla en postre resta lo de solidarizarse y solicitar la ejecución de Artigas por su propia mano por ser el Prócer a su criterio: «Monstruo, déspota, anarquista y tirano, casi nada…» No obstante, en su presidencia tuvo la desfachatez increíble de mandarlo buscar al Paraguay. El viejo y glorioso jefe Don José, con la dignidad que siempre le fue característica y lo eleva en la historia al más alto podio de los Héroes, despreció con repugnancia el «increíble» arrepentimiento de su antiguo protegido, que le enviaba por su hijo una carta con ofertas tentadoras. Cuando supo que era de Rivera hizo devolver el sobre sin abrirlo. ¡Siempre fue muy duro con razón, con los traidores! Rivera alias ¡el pardejón!, murió sifilítico al volver al Uruguay en uno de los tantos exilios que de apuro tuvo «obligado» que tomar a su arribo en la frontera con Brasil. Se le trajo a Montevideo, «al patrón» como le llamaban sus «honorables pares colorados», dentro de un tanque de caña para evitar la descomposición del cadáver. Los «transportistas» se ignora que si por simple vicio o por remordimiento de traer semejante personaje llegaron «mamados». Rigurosamente real y exacto. *

 

http://www.larepublica.com.uy/larepublica/2007/10/01/editorial/277313/rivera-alias-el-pardejon/

 

 


 

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